LA VIDA VIAJA EN UN
TRANVÍA
La vida viaja en un
tranvía.
Las gente se mueven
en la calle
como al ralentí.
Desde lo alto del
mirador,
te observan pasar,
saludan y sonríen
con la cara alegre
del desconocido.
Recuerdas al tren
que dejaste,
el que marcha y
vuelve cada día,
llevando dormidas
las ilusiones
de todos aquellos
que hoy te saludan.
Todos aguardan
conocer lo mágico
que tiene una
ciudad.
Disfrutar de su
misterio,
como si, al abrirte
el conocimiento
de sus calles,
trajera para tu alma
la certeza de que es
posible la felicidad.
Tú también deseas lo
mismo.
Estás feliz por
conocer:
aromas nuevos,
calles distintas,
sonidos de fado.
Penetras en un
jardín.
Toda Lisboa es un
paraíso.
Pequeño y coqueto.
En ella la distancia
es diminuta
si la sabes
contemplar.
Desde el alto
mirador de hierro
Lisboa se rinde a
tus pies.
Tejados y torres te
muestran el río.
Pequeños recodos.
Senderos de
callejas,
destinos trazados en
tiempos lejanos.
Cansada de recorrer
sus calles
te sientas en el
mirador,
contemplando la
ciudad desnuda
que a todos muestra
su encanto.
Entonces recuerdas que
alguien
te dijo que Lisboa,
subida en su siete colinas,
es como Roma, ciudad
eterna.
La miraste enamorada
de su cielo,
de sus gentes, de
sus calles, de su río.
Y fue entonces,
cuando adormecida,
sentiste en la
mirada el éxtasis del viajero.
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