EL ÉXTASIS DEL
VIAJERO
Echada de espaldas a
la luna,
inmersa en la
plenitud de un sueño inquieto,
duermes vagando, por
un andén de luz,
donde transitan
trenes, que parten y
que llegan, en
bandadas, a la ciudad gigantesca.
Avanzas,
insegura y asustada
de perderte,
en los largos y
retorcidos laberintos,
donde nadie puede
guiarte.
Oscuros animales,
que parecen perros,
ladran con fauces
hambrientas a la luna,
y, ésta, enrojecida,
palidece desangrada,
derramando su luz en
cien ventanas.
Entonces, la ciudad
torcida, se ilumina.
Las sombras ya no
aguardan escondidas
y se pierden,
presurosas, tras tus pasos.
Sueñas que llegas a
la Gran Estación,
la del emblema de la
luna en cuatro fases.
El cielo se
descorre.
La ciudad pétrea se
ilumina de amarillo cobre
y la vida surge,
nacida de esa luz.
El faro de la luna
se vuelve cárdeno.
Sobre el hierro
candente de la vía
cruza rauda la saeta
blanca.
Estás cabalgando en
un tren luminoso,
un tren que
circundará la estela de la luna.
Que horadará el
último sendero, atravesando
el túnel que separa
el sueño de lo eterno
del sueño de la
vida.
Y llegarás a pisar otras ciudades prohibidas.
Suspendidas en el
éter
que sólo fabrican
los sueños.
Entonces abrirás los
ojos,
recordando que
vagabas entre la neblina.
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