A LA HORA TEMPRANA
DEL CAFÉ
A la hora temprana
del café, la estación humea
bajo la suave luz
del sol,
que se filtra entre
los huecos de los tejados.
Rayos bailarines
claquean sus pasos,
en los techos de los
trenes que dormitan.
Y amanece sin prisa.
La gente se mueve,
adormilada todavía.
El eco de sus pasos,
como pequeños
trallazos, espantan
a las palomas, acurrucadas
en las vigas,
despertándolas del sueño de volar.
Suena el silbato.
Una máquina coloniza
la vía,
arrastrando tras de
ella,
vagones como cintas
de colores.
Serpenteando en las
curvas.
Tú estás sentada en
un banco.
Acabas de llegar.
Pasajera de la
noche,
transportada a este
destino.
Qué será lo que te
aguarda en este nuevo día.
Por de pronto,
tienes de aliado al Sol,
compañero que levita
sobre la Tierra,
despertando el
optimismo de los tristes.
En el bar de la
estación has calentado el ánimo.
Y, ahora, pisarás
los adoquines de Lisboa.
Dejarás atrás el
tren donde viniste,
y musitarás para él
un “hasta mañana”.
El olor del agua
viene de cerca.
Un tranvía espera en
la parada.
Montas en el pequeño
tren.
Lisboa se desnuda
ante tus ojos.
Te mueves en una vía
diminuta.
Subes calles
empinadas,
miras el devenir de
la gente.
La gente que camina,
transitando, cuesta
arriba.
Recuerdas que
alguien te dijo.
La vida tiene mil
destinos.
Y mil destinos
tienen los trenes
que te transportan
en la vida.
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